miércoles, 6 de agosto de 2014

MI MADRE: LA TURISTA ACCIDENTAL

Cuando mi madre era joven se viajaba poco. O mucho, porque yo recuerdo que todos los fines de semana salíamos, que si a Fuenterrabía, a San Sebastián, a merendar cuajada a las ventas de la Ulzama, al mediterraneo 15 días en julio, en cuanto se acababan los sanfermines (que eran sagrados), a Portugalete algunos días de agosto y escapadas a Castrourdiales. No paraban, pero nunca iban muy lejos. Para que os hagáis a la idea, mi madre se fue de viaje de novios a Torremolinos y mi tía, que era la sofisticada de la familia, fue en el suyo en tren a París.



El caso es que ellas dos han empezado a hacer viajes largos hace relativamente pocos años. Les encanta hacerlo pero siempre siempre aderezarán cualquier viaje con una serie de frases viajeras suyas que nunca nos fallan y a todos nos dan mucha risa:

-Oye, pues Ryanair tampoco está tan mal como dicen. ¡Qué exagerada es la gente!

-¿Os habéis fijado? Somos las más mayores de todo el avión. 

No suele ser verdad. Da igual. Creo que a ellas les hace sentirse glamourosas, aunque tres butacas más atrás vaya un viaje del inserso. En ese caso dirían que "Están mal conservados pero seguro que son mucho más jóvenes que nosotras".  Me empiezan a recordar a mi abuela que, cuando era muchisimo mayor que ellas (que están en los comienzos de los 70) empezó a ponerse años orgullosa de que todo el mundo le decía lo bien conservada que estaba (y lo estaba; siempre digo que su carácter activo, su positivismo y esa maravillosa piel son las únicas herencias que espero recibir en mi vida).



Pero ya me he desviado. Después de nuestra primera semana italiana mi madre, Mertxe y mi hermano vinieron a compartir con nosotros la segunda semana alrededor del lago di Garda. Es un placer poder compartir unos días en familia. Y, además, ver a mi madre y a mi tía sorprendidas como niñas y disfrutando de todo merece la pena todo el esfuerzo de mantenerlo todo organizado con precisión germánica para hacer felices a mayores y menores.

Eso sí. Hay que estar preparada. Por muchos sitios que conozca mi madre, siempre siempre siempre lo comparará todo con Pamplona para sentirse cómoda.



Pongo como ejemplo Milán:

Tú llegas en coche a Milán. Sales de la autopista. Entras en la ciudad por un barrio periférico y mi madre le dirá a alguno de sus nietos (aunque en realidad se está hablando a ella misma):

-¿Ves? Esto es la Rochapea de Milán.

Llegas a Corso Buenos Aires atestado de tiendas, una avenida ancha y más que comercial y, por supuesto, ella dirá

-Ya estamos en el Carlos III de Milán.

Aparcas, compras un plano, te tomas un café ("No entiendo esa manía de ponerles tanta espuma a los cafés que tienen aquí"), vas paseando hacia la Piazza del Duomo y ella, por supuesto, dice

-Pues no me diréis que esto no da la impresión de estar llegando a la Plaza del Castillo... Si tiene porches y todo. 

Y cuando esté frente al Duomo, majestuoso

-Ilia... Tú ya has ido a la catedral de Pamplona? ¿Cómo? ¿No te han llevado nunca? Esta madre tuya... ¡¡¡¡En cuanto volvamos a Pamplona nos vamos tú y yo una mañana!!!!



AL principio me irritaba. Hoy en día hago apuestas con Ion y con Iruña sobre qué va a decir "la abuela" de cada lugar que visitamos. Los puentes de Venecia le recuerdan a los del paseo del Arga, aunque en más grandes "Solo los centrales, los de los canales laterales, más pequeños que el puente de la Magdalena". El castillo de Sirmione es casi tan bonito como el castillo de Olite. Y así todo....



En realidad, es un placer poder contar con ellas para todo y ver el mundo a través de sus ojos me hace recordar que queda mucha vida por delante, muchos años para disfrutar, muchas sorpresas por recibir y, sobre todo sobre todo, que en el futuro hay muchos pero muchos martinis para poder brindar por la vida.




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